Sabemos que en la vida todo es cambio, aunque a veces no lo parezca. De hecho, habréis notado que este es uno de los temas de moda en los últimos tiempos, como si constantemente nos estuvieran martilleando con una necesidad ineludible: no tanto la de cambiar, sino más bien la de gestionar un cambio cuya aparición no podemos evitar. Parece que este tema se ha convertido en uno de los principales motores de nuestra sociedad.
Algunas cosas evolucionan, cambian hasta convertirse en una versión mejorada o satisfactoriamente diferente de lo que eran. Otras parecen atravesar lo que suele llamarse una involución, de manera que retroceden, disminuyen o, en el peor de los casos, dejan de mejorar. Sucede en todos los órdenes de la vida: cambiar no es necesariamente ir a mejor, el cambio puede darse en muchas y misteriosas direcciones.
También puede seguir ritmos muy diversos. El cambio puede ser muy evidente o pasar desapercibido pero, sobre todo, puede producirse de manera rápida, casi explosiva, como cuando hay una revolución, o bien darse lentamente, siguiendo un camino más sinuoso y cuya dirección es mucho más difícil de determinar.
Cuando atravesamos épocas de nuestra vida que nos incomodan o no nos gustan, nuestra tendencia es la de desear que el cambio llegue cuanto antes. De hecho, nuestra fantasía suele consistir en imaginar la situación opuesta a la actual y que deseamos, pero de manera ya acabada y definitiva, como si el siguiente paso fuera estar ahí. Imaginemos que nos rompemos una pierna. El primer día rechazamos tanto nuestra situación que las pocas fuerzas que nos quedan después de añorar nuestra pierna sana del pasado las empleamos en soñar con nuestra pierna sana del futuro.
No somos capaces de vislumbrar hasta qué punto nuestra pierna va a tener que recorrer un camino lleno de dificultades y esperas hasta alcanzar ese punto. También puede ocurrirnos cuando estamos en el paro durante bastante tiempo y pensamos que esa situación cambiará de repente, cuando un día nos seleccionen para una buena y definitiva oferta que modifique nuestra situación, sin pararnos a pensar que quizá nos toque pasar por pequeños trabajos transitorios antes de alcanzar la estabilidad deseada.
Nos es muy fácil imaginar una meta, aquello que deseamos, y hacernos a la idea de que llegará de golpe, sin pasos intermedios. A menudo, las ganas que tenemos de que se produzca un cambio importante en nuestras vidas nos hacen perder la perspectiva de proceso, nuestra capacidad para considerar que existen muchos caminos para alcanzar una meta y que algunos de ellos son largos y retorcidos. De hecho, a veces llegan a serlo tanto que, cuando finalmente nos damos cuenta de que el cambio se ha producido, este no se parece en nada al que habíamos imaginado.
Es importante tener presente la idea de proceso y no solo de resultado a la hora de planificar los cambios que deseamos que se materialicen en nuestra vida, así como para entender aquellos que nos suceden de manera natural o inesperada. Esto tiene que ver con nuestra flexibilidad para aceptar resultados diferentes de los deseados y también con nuestra capacidad para observar nuestra trayectoria con paciencia, lo cual equivale a hacerlo con tolerancia hacia nuestros propios ritmos.
Para ello es imprescindible no desatender la complejidad de los cambios relevantes, que difícilmente pueden darse con rapidez o de un solo golpe. Al fin y al cabo, si nos fijamos nos daremos cuenta de que “progreso” y “progresivo” son términos muy emparentados. La relación entre ellos alude al hecho de que mejorar es algo que se realiza por partes y paso a paso.
Via nosotras.com
0 comentarios:
Publicar un comentario